No siempre es la presencia opresiva del aparataje tiránico lo que impide la realización de la libertad en las personas, sino la alienación de éstas la que sabotea aquella.
Mírese un eventual colectivo de educadores y obsérvese como un trastrocamiento del sentido de educar y la abdicación del principio de auto-cuestionamiento (cuestionarse así mismos), deviene en ambiente disipado que supura intimidación…, terminando por llevar al traste con el ejercicio pleno de la libertad e incluso, experienciar sentimientos de vergüenza (en algunos) por compartir criterios de rectitud y entereza.
Entre liviandades del colegaje, como si fuera un desliz, el matoneo se solaza en el claustro profesoral.
Cuando quienes deben ratificar su lucidez ejerciendo la capacidad de rectificación, hacen reiterativas -de manera irracional-, la aplicación de fórmulas fracasadas, están diciendo de sí que son el sumun de la estupidez. Y doblemente estúpidos, los que se pliegan sólo por seguir el curso a la corriente.
Quien en su mundo interior no encara combates por forjar su propio ser, jamás emprenderá luchas honestas que contemplen al otro.
Quienes han tenido en la guerra la despensa de su buen vivir y las banderas de su reino político, de ninguna manera por voluntad propia van a querer desacomodarse abrazando la nueva e incierta realidad de la paz, que es desafiante construcción de equidad e inclusión.
Paz no es sinónimo de “muertos en vida.” Tampoco cancelación de la lucha democrática. Sí opción convivencial, que incluye el reconocimiento y respeto por la diferencia. Asunción de tolerancia y cauces institucionales para que fluya la participación, la controversia sin que medie la violencia.
La corrupción se agazapa en el alma de personajes sinuosos, que fungen de sagaces y astutos como cualquiera zorra; cínicos por demás. Y desde tal condición presuponen que todo humano tiene su precio. Los corruptos se atraen fatalmente.
Ramiro del Cristo Medina Pérez
Santiago de Tolú, marzo 11- 2016